jueves, 21 de noviembre de 2013

EL CONCEPTO DE SOBERANÍA


 Boletín Acción, Nº 149   
Córdoba, noviembre 20  de 2013




Conmemoramos hoy el combate de la Vuelta de Obligado, hecho de armas que se ha tomado como símbolo de la Soberanía Nacional (20-11-1845). Es oportuna la fecha para reflexionar sobre el problema de la soberanía en la actualidad. Digamos, en primer lugar, que la soberanía es un atributo exclusivo del Estado, consistente en el poder supremo en un territorio determinado. Resulta curioso que al momento de librarse este combate, la Confederación Argentina constituía un Estado embrionario, que carecía incluso de constitución formal. Eso no impidió que ejerciera en plenitud la soberanía, al enfrentarse, exitosamente, con las dos potencias más poderosas de la época.

Nos interesa ahora analizar cuál es la situación actual respecto del tema. Para eso, debemos ir despejando conceptualmente los distintos aspectos involucrados en la cuestión.

1. Comenzaremos por tratar el fenómeno de la globalización, que ha sido descrita como “la creciente interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de los flujos económicos, financieros y comunicacionales y catapultada por la tercera revolución industrial o tercera ola, que facilita que estos flujos puedan ser realizados en tiempo real”[1].
Es preciso diferenciar la globalización como proceso y como ideología. En el primer sentido, es el resultado de cambios producidos en la economía contemporánea; como ideología, pretende convencer que es el único camino posible. El proceso es un dato más de la realidad, que no podemos ignorar ni eludir, lo que no significa que sea inevitable, pues, en gran medida es el resultado querido por quienes son sus beneficiarios. Pero además, se pueden y se deben corregir las consecuencias negativas e injustas de la globalización.

2. El segundo tópico a considerar es el peligro que creen advertir muchos de que el estado sufra una disminución o pérdida total de su soberanía. Para ello, debemos precisar el concepto mismo de soberanía, que es la cualidad del poder estatal que consiste en ser supremo en un territorio determinado, y no depender de otra normatividad superior.[2] No es susceptible de grados; existe o no. Por lo tanto, carece de sentido mencionar la “disminución de soberanía” de los Estados contemporáneos. Lo que puede disminuirse o incrementarse es el poder propiamente dicho, es decir, la capacidad efectiva de hacer cosas, de resolver problemas e influir en la realidad. El hecho de que un Estado acepte delegar atribuciones propias en un organismo supraestatal - como el Mercosur-, no afecta su soberanía, pues, precisamente, adopta dichas decisiones en virtud de su carácter de ente soberano.

3. Habiendo analizado los aspectos conceptuales de la cuestión, podemos ahora encararla con referencia a nuestro Estado. No cabe duda que la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en que los países podían desenvolverse con un grado considerable de independencia. Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo, la posibilidad de dicha independencia variará según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues, más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días. El politólogo Alain Touraine recordó en Buenos Aires que en varios países europeos el Estado maneja más de la mitad del gasto nacional, y no es consistente, por lo tanto, afirmar que los políticos son simples agentes del mercado. Con referencia a nuestro país, señaló que el problema es que “no hay política en la Argentina”.[3]

4. La situación internacional, vista sin anteojeras ideológicas ofrece, - en especial desde 1989- posibilidades de actuación autonómica aún a los países pequeños y medianos.[4] Es claro que para poder aprovechar las circunstancias, es necesario que los gobernantes sepan distinguir los factores condicionantes de la realidad, de los “factores determinantes” de la política exterior. Estos últimos, son los hombres concretos que deciden; en los Estados que procuran mantener su independencia, ellos “aplican su voluntad política con entera libertad, aún cuando los márgenes dentro de los cuales esa libertad pueda escoger sean muy estrechos”.[5] La primera decisión política a adoptar es la de fortalecer el rol del Estado para procurar su máxima eficacia. Desde nuestra perspectiva no deben ser motivo de preocupación los cambios de tamaño, forma y funciones del Estado, mientras cumpla su finalidad esencial de gerente del Bien  Común.

5. Consideramos, siguiendo al Prof. de Mahieu[6], que todo Estado contemporáneo debe cumplir tres funciones básicas:
1º) La función de síntesis.
La unidad social es el resultado de la síntesis de las diversas fuerzas sociales constitutivas, síntesis en constante elaboración por los cambios que se producen en los grupos y en el entorno. La superación de los antagonismos internos no surge espontáneamente; es el resultado de un esfuerzo consciente por afianzar la solidaridad sinérgica, a cargo del Estado.
A semejanza del director de orquesta, es el Estado el que logra crear “una melodía social unitaria y armoniosa”.[7] El poder estatal tendrá  legitimidad en la medida en que cumpla dicha función, garantizando la concordia política.

2º) La función de planeamiento.
El Estado centraliza la información que le llega de los grupos sociales; recopila sus problemas, necesidades y demandas. Los datos son procesados y extrapolados en función de los fines comunes, fijados en la Constitución Nacional y en otros documentos, que señalan los objetivos políticos y los valores que identifican a un pueblo. Con mayor o menor intensidad, según el modelo gubernamental elegido, es en el marco del Estado donde debe realizarse el planeamiento global que establezca las metas y las prioridades en el proceso de desarrollo integral de la sociedad, en procura del Bien Común. Por cierto que, en una concepción jusnaturalista, el planeamiento estatal sólo será vinculante para el propio Estado, y meramente indicativo para el sector privado. La autoridad pública no debe realizar ni decidir por sí misma “lo que puedan hacer y procurar comunidades menores e inferiores”, en palabras de Pío XI. Pero, debido a la complejidad de los problemas modernos, el principio de subsidiariedad resulta insuficiente para resolverlos sin la orientación del Estado, que mediante el planeamiento se dedique a “animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de los individuos y de los cuerpos intermedios”.[8]

3º) La función de conducción.
La esencia de la misión del Estado es el ejercicio de la autoridad pública. La facultad de tomar decisiones definitivas e inapelables, está sustentada en el monopolio del uso de la fuerza, y se condensa en el concepto de soberanía. El gobernante posee una potestad suprema en su orden, pero no indeterminada ni absoluta. El poder se justifica en razón del fin para el que está establecido y se define por este fin: el Bien Común temporal.
Si un Estado no posee, en acto, estas tres funciones, ha dejado de existir como tal o ha efectuado una trasferencia de poder en beneficio de organismos supraestatales, o de actores privados, o de otro Estado.

6. Resumiendo lo expresado, consideramos que el mundo contemporáneo permite conservar cuotas significativas de independencia, siempre que exista una estrategia que seleccione el método de análisis y de elaboración de planes, apto para resolver los problemas gubernamentales. Es la actitud de los integrantes del gobierno, cuando carecen de patriotismo y/ o de eficiencia, la que conduce a renunciar a las posibilidades de sostener un Estado independiente y someterse voluntariamente a políticas ajenas.
Precisamente, en la Argentina  contemporánea no existe soberanía, pues no funciona el Estado.  El Estado es el órgano de síntesis, planeamiento y conducción de una sociedad determinada, destinado a procurar el bien común de la misma. Las tres funciones señaladas son indispensables; si dejan de cumplirse, el Estado desaparece como tal, aunque conserve la formalidad constitucional.  Esto sucedió en el nuestro en 1970, es decir, hace 43 años.
Debemos ahora mostrar aunque sea en forma esquemática que no se cumplen las tres funciones básicas indicadas.

1º) La función de síntesis.
Los 11 millones de pobres, los 2 millones de indigentes, y los 750 mil chicos desnutridos demuestran que no existe el bien común. Pero, además de los aspectos materiales, es evidente el  clima de crispación y de enfrentamiento, estimulados por el gobierno.

2º) La función de planeamiento.
En la actualidad, no se puede realizar ni la primera etapa del proceso de planeamiento, que es el diagnóstico, pues ha sido destruido el sistema estadístico. El experto Bodin ha comentado que “es deplorable la situación de la estadística argentina”, opinión compartida por el Fondo Monetario Internacional (Clarín, 31-10-10).

3º) La función de conducción.
Es notoria la anarquía social que se manifiesta en la ocupación frecuente de calles, rutas y puentes, por grupos de piqueteros o sindicalistas, que la policía tolera por expresas instrucciones superiores.
El Poder Ejecutivo impide el funcionamiento independiente del Congreso y del Poder Judicial.

7. Al no funcionar el Estado, la Argentina contemporánea no está en condiciones de enfrentar los graves problemas que plantea la realidad actual. Citemos un solo tema, el crimen organizado.
El presidente de México, Calderón, explicó recientemente (Clarín, 13-11-10), que debido a la guerra que están librando su país y Colombia, algunos grupos están emigrando a otros países con Estados más débiles: Perú, Guatemala y Honduras, a este fenómeno lo ha denominado efecto cucaracha.
Lo más preocupante es que los grupos que están migrando configuran lo que se llama narcoterrorismo por sus métodos feroces y el armamento que utilizan. Una muestra de lo que implica este peligro se ha podido observar estos últimos días en Río de Janeiro, donde los delincuentes se han enfrentado con la policía militar y hasta con tanques de la marina. En México se ha constituido una banda (los Zetas) integrada por desertores de las tropas especiales de las fuerzas armadas, que combaten con tácticas de comando a sus antiguos camaradas.

8. Al no funcionar el Estado argentino, nuestro país está indefenso ante el problema descrito. Cientos de vuelos aterrizan diariamente con droga en unas 1.500 pistas clandestinas, lo que resulta posible por la carencia de radarización y la presumible complicidad de funcionarios. También funcionan laboratorios donde se elabora el clorhidrato de cocaína, a partir de la pasta base importada, destinándose los restos al paco consumido por los más pobres.
No puede dejar de mencionarse el fallo de la Corte Suprema de Justicia, que consideró que el consumo de marihuana no constituye delito, a lo que debe agregarse que ya existen proyectos en el Congreso para despenalizar el uso de todo tipo de drogas. Mientras tanto, se puede comprar en los quioscos la revista THC, que realiza la apología de la drogadicción, en abierta infracción a la ley 23.737.
Desde hace una década los especialistas vienen alertando sobre esta cuestión, que se agrava por las normas de las leyes de Defensa Nacional (23.554) y de Seguridad Interior (24.059), que han debilitado orgánicamente a las Fuerzas Armadas al impedir que actúen en el ámbito interno, incluso en el rubro inteligencia. Sólo como excepción, previa declaración del estado de sitio, podrían intervenir, pero sin la preparación adecuada. El Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires, que dirige el general Heriberto Auel, ha advertido con crudeza lo que señala como riesgo estratégico prioritario.

9. Frente a la decadencia actual de la Argentina, la peor tentación, mucho peor que la derrota exterior, es la tentación de la derrota interior; la tentación del desaliento, de la desesperació, de pensar que no hay nada que hacer.
Nunca es más grande y fuerte un pueblo que cuando hunde sus raíces en el pasado. Cuando recuerda y honra a sus antepasados. Por eso, debemos mirar hacia ese pasado y recordar el ejemplo de los héroes nacionales, para pensar después en el presente, sin desanimarnos, a pesar de todo.
Conviene, en primer lugar,  no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado, que sigue siendo una sociedad perfecta, por ser la única institución temporal que protege adecuadamente el bien común de cada sociedad territorialmente delimitada. Como enseña Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: “parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas modalidades de ejercerlos”.

10. Si es correcto el análisis, la prioridad absoluta consiste en restaurar el Estado; ahora bien, la restauración del Estado argentino no ocurrirá como consecuencia necesaria de elaborar un buen diagnóstico. Es insensato confiar en que, precisamente en el momento más difícil de la historia nacional, podrá producirse espontáneamente un cambio positivo. Sólo podrá lograrse si un número suficiente de argentinos con vocación patriótica, se decide a actuar en la vida pública buscando la manera efectiva de influir en ella. La acción política no puede limitarse a exponer los principios de un orden social abstracto. La doctrina tiene que encarnarse en hombres que cuenten con el apoyo de muchos, formando una corriente de opinión favorable a la aplicación de la doctrina.

11. En este punto, tropezamos con un generalizado abstencionismo cívico. No puede extrañar que la política genere recelos, pues es la función social más susceptible a la miseria humana, la que exacerba en mayor medida las pasiones y debilidades. Pero la situación actual en nuestro país es, y desde hace mucho tiempo, verdaderamente patológica; la mayoría de los buenos ciudadanos, comenzando por los más inteligentes y preparados, abandonan deliberadamente la acción política a los menos aptos y más corruptos de la sociedad, salvo honrosas excepciones.
Explica Marcelo Sanchez Sorondo que: al ocurrir la vacancia del Estado por el ilegitimo divorcio entre el poder y los mejores, en la confusión de la juerga aprovechan para colarse al poder los reptiles inmundos que, denunciaba Platón, siempre andan por la vecindad de la política, como andan los mercaderes junto al Templo. Se ha llegado a esta situación por un progresivo y generalizado aburguesamiento de los ciudadanos, de acuerdo a la definición hegeliana del burgués, como el hombre que no quiere abandonar la esfera sin riesgos de la vida privada apolítica.

Por eso, conviene recordar la advertencia del historiador Toynbee: el mayor castigo para quienes no se interesan por la política, es que serán gobernados por quienes sí se interesan.

[1] García Delgado, Daniel: Estado- Nación y Globalización, Bs.As., Ariel, 2000, p.26
[2]  V. Bidart Campos, Germán José: Doctrina del Estado Democrático, Bs. As., Jurídicas Europa- América, 1961, pp. 55-66
[3]  Clarín, 13/ 5/ 01
[4]  V. Gral. Auel, Heriberto: La Argentina en sus Posguerras, en AA.VV.: Geopolítica Tridimensional Argentina, Bs. As., Eudeba, 1999, 23-24, 42 y Puig, op.cit., p. 229
[5]  Peltzer, Enrique: Cómo se juega el Poder Mundial, Bs. As., Abaco de Rodolfo Depalma, 1994, p. 324
[6]  V. de Mahieu, Jaime: El Estado Comunitario, Bs. As., Arayú, 1962, pp. 21, 24, 52, 87-92 y Auel, op. cit., p. 16
[7]  de Mahieu, op. cit., p. 92
[8]  Pablo VI: Enc. Populorum Progressio, 1967, punto 33