domingo, 15 de noviembre de 2009

Ni Noé se salva de las críticas del progresismo católico


Nuevamente el Rector de la Universidad Católica (sic) de Córdoba, se expresa de una manera que permite dudar de su fidelidad a la Iglesia. Acusa a Noé de haber sido egoísta, pues sólo se preocupó de salvarse él y su familia del diluvio, sin ayudar a nadie más; agrega "que Dios aparece bastante implicado en el tema", es decir, en la actitud poco solidaria.
En otra frase, avanza en una crítica lapidaria: "Lamentablemente, durante mucho tiempo, desde nuestra Iglesia Católica (aunque no solamente) se fomentó ese fervor por salvarse de un modo en que lo importante era el más allá, abandonando a su suerte el más acá...". Creemos que, sin negar los errores y debilidades de algunos pastores, la Iglesia siempre se ocupó de fomentar la solidaridad comunitaria, y, al respecto, la historia del cristianismo demuestra suficientemente, las obras realizadas en dos mil años. Por otra parte, ni el Evangelio ni la tradición eclesiástica han avalado nunca la salvación individual, sino que promueven la caridad de los fieles.
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Cuando nos tape el agua

Por Rafael Velasco, sj.
Rector de la Universidad Católica de Córdoba

Al único que no lo agarró desprevenido el diluvio universal fue a Noé, que logró salvarse porque Dios le avisó y él –creyéndole– se puso a fabricar una barcaza en la que metió a toda su familia y a una pareja de todos los animales. Así, cuando a todos los tapó el agua, Noé logró sobrevivir.

El texto bíblico –un mito que además toma una tradición del antiguo Oriente, presente en varias religiones–, en estos tiempos de sequía tan severa, viene a sonar casi como una parábola al revés. Nosotros esperamos que llueva; Noé, en cambio, sabía que iba a llover (Dios le había avisado).

En realidad, hay más similitudes de las que parecen a simple vista. En primer lugar, el agua del diluvio destruyó todo, como también va haciendo su trabajo destructor la sequía

Pero hay más… Llama la atención que el texto no menciona en ningún momento que Noé se preocupara por avisarles a sus conciudadanos que iba a venirse el agua. Tal vez, alguno le hubiera creído y se salvaba también. Pero no; él se puso a trabajar en lo suyo, para salvarse él y su familia... y a los demás, que los tapara el agua.

Es cierto que Dios aparece bastante implicado en el tema, porque le dice a Noé que él es el único que vale la pena en su tiempo y, por eso, le avisa del diluvio que se viene. Hasta le da el mandato de la construcción del arca, con las dimensiones que debe tener y todo.

Noé, confiado en eso, no se preocupó más que por él, su familia y el arca. Así logró salvarse y hacer honor a su nombre viviendo una larga vida (Noé significa el de larga vida)... una larga vida por haber pensado en sí mismo y los suyos (y en un notable zoológico). A los demás, ya se sabe, los tapó el agua.

Parece un cuento esto de Noé, pero no lo es.

Costumbres argentinas… A veces pienso si Noé no sería argentino, por esta facilidad para salvarse él y los suyos, aunque a los demás los inunde la desdicha. ¿Acaso “salvarse” no es un verbo típicamente argentino?

Una acepción común de este verbo significa quedar “hecho” para todo el resto de la vida. Haber logrado una diferencia económica que nos asegure un futuro promisorio a nosotros y a los nuestros.

Otra acepción, cercana a ésta, significa haber logrado no ser sancionado por alguna infracción (es sinónimo de “zafar”).

“Salvarse” tiene también un significado religioso muy discutible si se conjuga sólo en singular, porque no difiere demasiado de la actitud de Noé (sería algo así como “yo me salvo –voy al Cielo– y los demás que se las arreglen”).

Lamentablemente, durante mucho tiempo, desde nuestra Iglesia Católica (aunque no solamente) se fomentó ese fervor por salvarse de un modo en el que lo importante era el “más allá”, abandonando a su suerte el “más acá”; es decir, procurando de tal manera, con obras buenas, alcanzar el Cielo, que poco se preocupaba uno por cambiar de raíz la realidad de tantos hermanos ahogados en un mar de injusticia.

Sin embargo, para la genuina tradición cristiana, la salvación está asociada a la capacidad efectiva de amar al prójimo; por lo tanto, a la preocupación –y ocupación– por el prójimo. Nadie “se salva” solo.

Sin agua y sin arca. Hoy, todos estamos preocupados por el agua... ahora que nos falta en las grandes ciudades. Porque en Rayo Cortado, por ejemplo, hace rato que faltaba, pero no le prestamos demasiada atención. No era noticia.

La desertificación –que mucho tiene que ver con esta sequía– ha ido gestándose –entre otras cosas, amén de la imprevisión de los gobiernos– a la par del proceso de “sojización”, del desmonte y del arrasamiento de tierras, que han venido acompañados de desalojos de habitantes muy pobres con engaños y, muchas veces, violencia.

Algo tiene que ver con todo esto el desenfreno por “salvarse” sin importar los otros.

Hay quienes “se salvaron” desalojando y desmontando; pero hoy la cosa vuelve... y no hay quién se salve. Falta el agua para todos, y ¿quién nos salva? Como una postal de épocas prehistóricas, estamos mirando al cielo esperando que nos envíe agua.

Parece un cuento, pero es como lo de Noé: cada uno en su arca y a los demás... que los tape el agua.

© La Voz del Interior, 10-11-09